No todas las tradiciones han de seguir vigentes en la actualidad.
Pensemos, por ejemplo, en el caso de la caza de ballenas. Esta práctica antigua aparece con los pueblos indígenas que habitaban Islandia. Durante mucho tiempo, los mamíferos marinos gigantes eran cazados para obtener de ellos alimento, grasa y otros recursos esenciales para la vida humana.
Los esfuerzos comerciales de caza de ballenas para recolectar grasa y barbas comenzaron en el siglo XVII, y continuaron hasta mediados del siglo XX. A partir de entonces, la caza excesiva y la obsesión por dar muerte a estos animales —que tan bien refleja la novela Moby Dick— condujo a muchas especies de ballenas al borde de la extinción.
Los movimientos de conservación posteriores y el establecimiento de la Comisión Ballenera Internacional (CBI), frenaron la masacre y consiguieron reparar gran parte del daño. Por suerte, una nueva prohibición islandesa de la caza comercial de ballenas, que entrará en vigor en 2024, planea medidas más restrictivas respecto a esta caza. Sin duda, el movimiento correcto para preservar la especie.
Una de las consecuencias positivas de la pandemia de coronavirus fue la menor demanda de esta materia prima, cosa que afectó a las plantas procesadoras de carne. Si a esto se le suma que la expansión de las aguas protegidas hace que barcos tengan que adentrarse más en el mar para obtener sus capturas, los factores que influyen en la disminución de la demanda de carne de ballena aumentan.
Promover el uso responsable de nuestros recursos marinos es crucial para el bienestar del planeta. Poner fin a la caza comercial de ballenas en gran volumen es un buen paso.
0 Comentarios